domingo, 29 de agosto de 2010

FAST LOVE- FAST PAIN: o de cómo el pensamiento matrimonial rodea al ser exangüe



Más de doce horas de viaje atravesando el costado sur occidental de Colombia para retornar a mi querida Bogotá, más de doce horas de paisajes entrando y saliendo de mi campo visual, más de doce horas escuchando de forma persistente letras de canciones de amores perdidos, recuperados y vueltos a perder, con su respectiva dosis de “jamás te olvidaré”, “cómo pudiste ser tan cruel” “lloraré hasta que me muera” “eres la razón de mi existencia” “a mi me gusta, me gusta, me gusta” y demás formas del relamido fast love- fast pain: “te quiero para que me quieras, te quiero, te dejo, me dejas, me tomo mi cerveza”; todo esto en cuanta melodía y estilo sea posible imaginar en un viaje de carretera donde quienes tenían el poder de la música eran el conductor, y más de treinta desconocidos post adolescentes marca Ipod, Facebook, rumba reggaeteón y balada pop. A la decimocuarta repetición de estridente sentimentalismo, se podrán imaginar a la que aquí escribe en pleno delirio de corazones y tusas voladoras estrellándose contra el vidrio, vírgenes marías constreñidas, cupiditos coloridos y bolsitas blancas para vomitar a gusto (además de unas ganas irresistibles de arrojarse por la ventana y agarrarse al primer guadual que, piadoso, apareciera).

Pero sobreviví, mis queridos lectores, sobreviví para contar lo que esta sobredosis de discurso amoroso hiper realista hasta la náusea, desató en mi. Antes debo señalar que no todo terminó allí. 7: oo de la noche, entro al frío de la ciudad, logro tomar un taxi a casa con la mala suerte de dar con el taxista conversador, de esos que aparecen justo cuando el único sonido que queremos escuchar es el ruidito sordo del motor, y cuando a lo único a lo que nos aferramos es al taxímetro y a la promesa de llegar, lo más pronto posible, a nuestro destino (debo aclarar que he tenido interesantes y divertidas conversaciones con taxistas, pero este no era, definitivamente, el ánimo del momento). Tras haber agotado inútilmente diversas opciones de conversación del tipo “el tráfico en Bogotá”, “las elecciones presidenciales” o “el clima”, y quedar atascado en un silencio, para él, incómodo, el sujeto en cuestión arrojó su sentencia:

- Yo creo que el amor que se necesita le llega a uno cuando tiene que llegarle, sólo hay que pedirle a Dios- Ajá- Miré, le voy a contar algo, un día se montaron tres muchachos como de su edad, y contaban lo difícil que era para ellos -Mirada furtiva por el retrovisor- encontrar a su pareja. Y yo, pues, sin querer parecer entrometido, les conté mi historia- Ajá- Yo tuve una mala mujer, de esas sin principios- Mmmm- y pues la dejé. Me dejó. Y estuve pidiéndole a Dios una mujer con ciertas características, una mujer así y asá –en este instante pasó por mi mente la imagen furtiva de uno de esos catálogos plastificados de almacenes de cadena que llegan con el correo- y sin darme cuenta esa mujer vivía justo frente a mi casa, ahora estamos casados y somos muy felices. Dios me hizo el milagrito- En este punto de su monólogo nos encontrábamos a pocas cuadras de mi casa. Entré en pánico: al parecer la historia apenas comenzaba; el señor insistía en detallar las milagrosas coincidencias que existían entre su listado de peticiones divinas y la persona con la que compartía actualmente su lecho de muerte, perdón, de amor. Pensé “Ya soporté horas de horrorosa música, ahora, ¡que se haga justicia divina conmigo, si tal existe, y si no, la ejerzo yo!” y corté su monólogo abruptamente, pagué, me bajé, respiré y orgullosa me dije-yo me hice el milagrito-.

Esa noche tuve un sueño que ahora quiero, conociendo la paciencia que me tienen cuando me da por extenderme en mis historias, narrar detalladamente (con algunas añadiduras de mi imaginación, por supuesto). La escena es la siguiente: una mujer vestida de blanco con su ramo de rosas y un hombre a su lado vestido con traje negro; están parados sobre un gigantesco ponqué de pastillaje. Percibo vagas formas que los rodean, entre ellas una cruz y caras deformes o, más que caras, manchas con gana de contento, pero como si el cuerpo o el gesto hubiera llegado tarde a la emoción forzada. Vientos diagonales y transversales traen, con lentitud de película vieja, sábanas blancas que, al mejor estilo de “Los amantes” de Magritte, les cubren los rostros a los novios. Tras las sábanas los dos personajes emiten la sentencia: “te amaré hasta que me muera”. Se acercan y quedan suspendidos en la postura del beso final. En ese instante entra en escena Sailor Moon, la legendaria heroína japonesa con sus grandes tetas.

-Alto ahí, por el poder del prisma lunar ordeno que se detengan- Silencio. La pareja permanece monolítica, exangüe. El público es ahora un amasijo de formas, también estático. Sailor Moon se dirige a la novia- Señorita blanca, ¿tiene usted problemas para alcanzar su orgasmo?- Silencio. De su cinturón sale proyectado el holograma de un documento. Lee - En pro de la misión denominada “detener el curso del evento siempre repetido: mucho ruido pocas veces” que ha reprimido el deseo de tantas mujeres, me veo en la penosa obligación de- Grita espantada. El ponqué matrimonial sobre el que estaban parados ella y los dos personajes estáticos, empieza a succionarlos- ¡¡¡ Toxido max!!!. ¡¡¡Tochido max!!!- El guapísimo hombre de traje, flor en la solapa y capa negra entra a escena. Huele a “efecto Axe” y shampú “Ego”. I-RRE-SIS-TI-BLE.

Sin decir palabra arroja su rosa salvadora que quiebra el pastillaje blanco, liberando a su amada y destruyendo la escena matrimonial de la que quedan tan sólo escombros. Los novios yacen en el suelo en medio de una llamarada, como figuritas de un juego de mesa. En medio del desolador panorama, suenan las campanas. De los ojotes de la heroína caen dos gruesísimas lágrimas- Toxido max ¡me has salvado! ¡qué haría yo sin ti!- Se intensifica el efecto Axe, el shampú Ego surte su efecto- Siempre estaré aquí para ti, amada, minusválida, inútil mía”. Tras emitir la última palabra, el héroe se hace piedra en un gesto sumamente romántico, que rápidamente es cubierto por una sábana blanca- ¡Toxido max, amor mío!- se arroja sobre él. Queda petrificada. La escena inicial vuelve a edificarse. Y ahora ¿quién podrá salvarlos? Suenan pajaritos y, a lo lejos, la melodiosa voz de la sirenita ¿Podrá ella detener el curso de esta fatídica escena? Algo me despierta.

¡Cómo duele recordar a Sailor Moon o a la tontísima Sirenita! De niña albergaba mis esperanzas en esas figuras. La Moon se presentaba ante mi como el más exótico y prismático modelo de una chica de colegio con el poder de hacer realidad pequeñas revoluciones y cambios contra las fuerzas del mal. Pero ¡que desolador cada vez que llegaba su salvador! Cuando la cosa se ponía difícil, sólo le bastaba pegar un grito y este antipático individuo aparecía. Esto generó terribles contradicciones en mi espíritu infantil: llegué a pensar que el verdadero poder de una “super chica” consistía en ser capaz de pegar chillidos de auxilio cada vez que decidía sentirse inútil para enfrentar peligros.

¡Y qué decir de la Sirenita! Salí verdaderamente deprimida del cine. Era magnífica su vida acuática, la libertad del mar, su canto, sus amigos. Pero llegó el insulso príncipe con su vida resuelta a cuestas y la chica decidió, no sólo quedarse muda, sino además, sacrificar su vida bajo el agua para someterse a la tortura de cargar con un par de piernas y unos suegros insufribles. Por supuesto, la película acaba con la escena matrimonial correspondiente. Creo que el único que salió con la dignidad medianamente bien parada de esa película, fue, a mi modo de ver, el divertido y alegre cangrejo “Sebástian”.

Aunque ya no nos obsesiona casarnos seguimos siendo matrimoniales, más que nunca, matrimoniales hasta la náusea, incluso en los, no lo discuto, maravillosos fast- dust, rápidos polvos, afortunado legado de nuestros idealistas antepasados de aquel dichoso mayo del 68. Y más allá del equivocadísimo lugar común de que esto es ante todo una obsesión femenina (el sueño dorado de la chica es su vestido blanco y su respectiva luna de miel), estoy convencida de que es una forma de pensamiento que atraviesa a cuanto humano haya visto o escuchado desde pequeño la misma retahíla del amor y el desamor, la misma secuencia rápida de películas románticas donde el final abismal es el sonido de la campana.

Pero, ¿a qué me refiero con “matrimonial”? No estoy del todo segura, pero intentaré algunos acercamientos: “matrimonial” asumir “el amor” o las relaciones de “pareja” (sea cual sea el acuerdo) como un contrato de posesión, “matrimonial” mantener soterrado en nuestro imaginario, aun en los momentos en los que nos sentimos más libertarios, nuestra respectivo listado de exigencias y modelos amorosos que tiene una triste semejanza con un listado de compras o compromisos burocráticos del tipo “1.Comprar la leche 2. Pagar la Eps 3. Pedirle a chuchito un amor a mi medida 4. Comprar medias amarillas”; “matrimonial”, en últimas, dejar que eso que llamamos “amor” envejezca y se lo traguen las malas películas, la música fácil, las instituciones y la tierra, además de dejar de crear, de construir, para entregarnos a repetir, repetir y repetir. En esto hay una paradoja. No hay posibilidad de originalidad en el amor, esto lo supo decir mejor que nadie Quino en esa caricatura en la que aparece una secuencia de sombras idénticas de parejas abrazadas; de una de ellas sale un globito que dice “¿Cómo hacerle saber al mundo que lo nuestro es excepcionalmente único?”. Conmovedor, gracioso, conmovedor, casi me dan ganas de dejar de escribir…

Vuelvo ahora al dúo dinámico “débil necesitada”- “salvador indispensable”. Hay aquí una médula, un meollo del asunto (como dicen las abuelas) que quiero examinar sin saber muy bien lo que puede llegar a significar. El dueto sujeto- cosa es quizá lo más lamentable que le puede pasar a una relación humana, pero sucede, y muy a menudo. Hacer del otro un objeto, pararme sobre él para consolidarme como sujeto, usarlo para suplir mis carencias sin siquiera reparar en su humanidad; o hacer de mi mismo un objeto y del otro también para aferrar y manipular, hasta que ambos se convierten en “cosas” que a coro sienten la nostalgia de en algún lugar haber sido. Cosificarme o cosificar, en última instancia, como una forma de negarme a dejar ir, de retener y obstruir. No podemos negar la carga erótica que existe en el desamparo: la mujer llora, usa su dolor, su aparente flaqueza o inferioridad para despertar el deseo masculino, la fantasía penetrativa. El hombre responde a su llamado pues se ajusta perfectamente a su discurso interior de poder, de miembro enaltecido, único dueño del objeto de su deseo. De un lado y del otro hablan los egos y el miedo, sobre todo el miedo.

Amor: conmovedora miseria de dos seres buscándose, mutua debilidad, desamparo. Aquí entra el movimiento, la fascinación: fuerzas de poder, seducción, búsqueda, cambios de rol, juego, estancamiento. Las sábanas blancas cubriendo los rostros pueden ser algo así como las representaciones que tenemos del otro: los amantes nunca se ven, nunca se tocan, están perdidos en los imaginarios que tiene de aquel a quien pretenden amar, en todos los discursos y el ruido que obstruye el camino al otro y a sí mismo. A veces, por momentos, algo extraordinario acontece: pequeños destellos, instantes donde los amantes se fugan de su irremediable muerte, instantes en los que logran inventarse ese encuentro como “punto de trigo”, ese lugar donde quedan suspendidos. Silencio, llega el silencio donde otra forma del amor ocurre. Es el orgasmo amoroso, muy parecido al femenino, caprichoso y esquivo.

“Mucho ruido pocas veces”… el orgasmo femenino, tabú por excelencia del erotismo, tiene algo que ver con el cuidado, lo sospecho, el cuidado en el encuentro. Pienso en el simple hecho de que hoy en día, en pleno siglo XXI hombres y mujeres se nieguen a tener la precaución de hacer uso de preservativo; y no quiero entrar en discursos moralistas, se trata tan solo de la conciencia del cuerpo del otro y de mi propio cuerpo. Que si me reproduzco, que si no me reproduzco, que si me dejo llevar, que si no me dejo llevar… más allá de esta maquinaria biológica seudo instintiva, hablo de que nos importe lo que ocurre o puede ocurrir con el cuerpo que el otro es, con el cuerpo que soy, no tan sólo como medios para satisfacer mutuos deseos, sino como espacios donde el otro y yo misma “me vivo”, “nos vivimos”.

“Mañana te tomas la pastilla del otro día”, “sólo por esta vez”, “no pues tan feminista”, etc, etc, es ruido plano y chato del erotismo muerto donde la posibilidad de encuentro desaparece. Papiloma humano, cáncer de útero, cadenas de la muerte: la conciencia masculina parece sorda a estas funerarias músicas. Y el orgasmo muere allí mismo, el orgasmo del espacio y del clítoris que, cuando abunda la ligereza, cuando no hay la paciencia para escuchar, esperar y saber de la continuidad del cuerpo del otro aun en el momento en el que me retiro, se convierte más en ruido que en auténticas nueces. Puede ser un fast- dust, pero no deja de ser una forma de encuentro, una forma impersonal del amor, esa que es posible que tenga el mismo nombre de una estrella, de un sedimento rocoso o de una marca de condón, esa fuerza amorosa más poderosa que cualquier otra porque hace que me importe tanto cuidar de mi placer como cuidar del placer del otro, sabiendo de la continuidad de su vida más allá de la mía, y de la mía más allá de la suya.

Ética del erotismo es trasgredir la frontera de la revolución sexual.

He ido demasiado lejos, tal vez todos estos asuntos puedan esclarecerse en un próximo escrito. Quiero decantar y recoger pedazos de lo que hasta ahora he puesto en movimiento, sabiendo que son más las preguntas que las respuestas lo que puede quedar de este largo intento por decir algo sobre el amor. Hiper realismo, sentimentalismo, orgasmo femenino. Fast love- Fast pain. Adan y Eva nunca se encuentran. Sailor Moon y Toxidomax,la revolución sentimental. El amor es la búsqueda. Sirena sin cola, sirena muda, actitud Sebástian: la fuga. ¿Cómo explicar que transformar el discurso y la forma de pensamiento matrimonial es algo así como poder asumir sin amargura y más bien con júbilo,con alegria impersonal, “todo tiene su final”? ¿Estoy siendo vanal?

Me estoy enamorando de lo que escribo, y en lo que escribo aparecen dos amantes, cada uno de ellos se sostiene por si mismo. Y necesitan ser salvados, y gritan a la arena sus carencias. Pero se saben solos. Hermosamente solos, llenos de planetas. Y aparece esa escena de esa película que amo “Before sunshine”: la chica le dice al chico en el callejón de alguna ciudad europea: “dios no está en ti, ni está en mi, está en el espacio que hay entre los dos” Y me digo a mi misma: “¡romántica irremediable! tendrás que buscar nuevas formas de hacer que dios exista antes que el pastillaje blanco te trague y te desaparezca de la faz de la tierra".(Gesto dramático. Cae sobre mi cara una sábana blanca. Se cierra el telón).

(IMAGEN TOMADA DE INTERNET. BASADA EN LA OBRA "LOS AMANTES" DE MAGRITTE)

5 comentarios:

  1. Un taxista sabe que cuando conduce a altas horas de la noche se puede encontrar con la furia apasionada de amantes insospechados que al otro día se dicen un adiós definitivo con un tímido beso en la boca, sin arrepentimientos y sin esperanzas de volverse a ver. Amores rápidos que se disuelven en el polvo de la ciudad: Acaban antes de que empiecen.

    Gesto de buena suerte.

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  2. Reí, lloré, me quité el pedacito de pastillaje que tenía en la comisura de la boca (era marrón y sabía a mierda) y al terminar la lectura había una larga torre de ceniza de cigarrillo sobre el asiento, no pude detener la lectura para botarla. Juli, llegaste en el mejor momento como una Sailor Moon (con menos tetas y muchísimos más sesos) con el poder de este texto para salvarme, mejor dicho me hiciste el milagrito...jijiji. Ahora lo releeré hasta el cansancio. Es el mejor regalo que me han dado en mucho tiempo. Te quiero mucho!

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  3. http://www.youtube.com/watch?v=aTGXxzgP2z4

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  4. Sigo siendo una romantica clasica, no es que me quiera casar, pero no veo todo tan negativo. Se quien soy y que puedo hacer sola, pero no por eso me niego a estar acompanada. Por otro lado, me gusto la entrada de mercadeo al texto. En fin sin tildes ni nnn juli escribe mas seguido para leerte mas...

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  5. COMPARTO CON USTEDES FRAGMENTOS DE LOS COMENTARIOS A ESTA ENTRADA HECHOS POR MIS QUERIDAS AMIGAS, AHORA “FÍSICAMENTE LEJANAS”, LAURA Y JULIANA. NUTREN LAS REFLEXIONES, LAS AMPLIAN E ILUMINAN. GRACIAS CHICAS!
    JULIANA
    “Que bonito feminismo, me has dejado muchas preguntas (…) me encanta sailor moon y la sirenita, así es, no solo esperaba al príncipe sino que también era bella, las mujeres que encuentran el príncipe azul (que por lo demás dan susto...jajaja) no solo son débiles, son bonitas (claro según los parámetros estándar de belleza). Las otras mujeres, aquellas que no dan alaridos mágicos para llamar al salvador, o que no son hermosas como todos dicen que es lo "hermoso" ..bueno.....ni siquiera se les critica, simplemente no existen.....tal vez por eso el chapulín colorado nunca fue azul, sino colorado ....y no acudía a rescatar a ninguna mujer hermosamente frágil.....ja...el iba a donde estaba la gente"
    LAURA
    “La rutina y la repetición pueden tener un poder y hasta un encanto mágico, bello, pero no la repetición insulsa, sino un repetición que es también construcción y creación, que es siempre en cierta forma siempre diferente, que hay que cuidarla preciosamente para protegerla, que se debe renovar diariamente. No importa la imposibilidad de originalidad, si hay vulnerabilidad en el encuentro, o mejor en los encuentros.
    *Gracias por lo que dices de “débil necesitada vs. salvador indispensable”. Este tipo de “amor” es agresivo, estéril, daña. Terrible ese deseo de ser el que salva, de necesitar salvación, de tener la responsabilidad y la pretensión de llenar vacíos que no se pueden llenar así, de querer eso de otra persona. Nocivo, letal para la salud.
    (…)
    *La primera definición de amor de la real academia de la lengua española es lindísima: 1. m. Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.Y esa insuficiencia es dolorosa, pero es bella también. Pero no es la insuficiencia mujer en la torre y caballero axe, sino una insuficiencia esencial del ser humano, y no es sólo las relaciones de parejas, sino de amistad, de familia, no sé… ¿tú qué piensas?
    (…)
    *Y tal vez, más que de la debilidad, habría que hablar de la importancia de la vulnerabilidad, que es peligrosa a veces, pero que permite encuentros tipo orgasmo femenino, que permite entregarse y recibir, que nos hace buscar.

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